Líderes, héroes y miserables

Líderes, héroes y miserables

“NADIE SE SALVA SOLO”

Ni los poderosos, ni la ciencia, ni el mercado, ni la tecnología o las armas más avanzadas han podido detener el avance arrollador de la pandemia. Ricos o desposeídos, todos los seres humanos somos iguales ante el virus que enferma y mata. La diferencia la marcan quienes piensan y sienten más allá de si mismos.

 

En Argentina, hasta el 2 de marzo, dueños de abultadas cuentas bancarias y propiedades, ocupantes de sillones y tiranos con discriminadoras lapiceras, se consideraban más allá del bien y del mal. Creían tener la vaca atada.

El 3 de marzo se conoció el primer caso argentino de ese virus. En veinticuatro días, la cifra saltó a 589 los infectados, con 14 muertos. El país está en cuarentena, con las fronteras cerradas, sin clases ni comercio.

Hoy advertimos que todos estamos en el mismo barco llamado planeta tierra. Algunos viajan en primera clase, y otros en los rincones del depósito. Sin embargo, el ángel exterminador pasa por todas partes. Aunque comenzó por los pasajeros más pudientes. El coronavirus nos demuestra la incertidumbre y la fragilidad humana. Y expone la soberbia de los poderosos, de la ciencia positivista que pretendía tener respuestas a todos los problemas humanos. Del mundo material y a puro ego.

Diferentes y diferencias

Hay acciones y palabras que son como escupir para arriba. Así le pasó a Boris Jonhson, el primer ministro del Reino Unido, quien se burlaba del virus y hoy está contagiado. O a Donald Trump, otro remiso para adoptar medidas de control. En la actualidad es el país con mayor número de infectados. Y por detrás, por las mismas razones pero con posturas más pateticamente payasescas, el Brasil asolado por Jair Bolsonaro.

Los tres gobernantes, como Italia, como España, prefirieron el dinero, los negocios, el beneficio personal a la salud y la vida de la gente. Y así les va.

Pero la verdadera historia la escriben las y los líderes, y la hacen heroínas y héroes. Trabajadoras y trabajadores.

Como el presidente argentino Alberto Fernández, quien dijo el jueves 26 de marzo , en la reunión (por videoconferencia) del G 20: “La urgencia que marcan las muertes, nos obliga a crear un Fondo Mundial de Emergencia Humanitaria … El tiempo de los codiciosos ha llegado a su fin. Como enseña el papa Francisco, tenemos que abrir nuestros ojos y nuestros corazones para actuar con una nueva sensibilidad”.

Y precisamente el máximo líder cristiano señaló ayer desde el Vaticano: “el virus golpea nuestros egos. Y nos demuestra que nadie se salva solo”.

Así lo hizo en una inédita bendición apostólica (Indulgencia plenaria) Francisco destacó que el poder se olvidó de los pobres, de la naturaleza y de Dios. Y ahora, el trono tiene miedo.

 

Capitán de tormentas

Como sereno capitán de tormentas, con cuatro meses de gobierno, el Jefe de Estado de la Argentina demuestra estar a la altura de las inéditas circunstancias. Así lo reflejan las encuestas que le otorgan un 93 por ciento de aprobación popular. No sólo por la acertadas medidas para contener el contagio, aplaudidas por la OMS, y las políticas de protección a los sectores más vulnerables de la nación, sino como líder mundial señalando los caminos de la humanidad.

“Estas decisiones no pueden quedar libradas a la lógica del mercado, ni preservadas a la riqueza de individuos o naciones. Es hora de aprovechar este momento único para crear soluciones económicas tan extraordinarias como extraordinarios son los problemas sociales que atravesamos. Nada será igual a partir de esta tragedia”, sostuvo Alberto ante los poderosos del mundo.

Pero si es importante el capitán, el barco lo mueve la tripulación: enfermeras, médicos, policias, transportistas, productores honestos, periodistas, laburantes, voluntarios, religiosos, quienes se quedan tranqui en casa. Ellas y ellos, en silencio, son las heroínas, los héroes de este tiempo.

 

 

 

 

 

 

 

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