El 16 de junio se cumplen setenta años de uno de los hechos más atroces de la historia argentina: el bombardeo a la Casa Rosada y la Plaza de Mayo por parte de aviadores militares. Más de 350 civiles fueron asesinados ese día, entre ellos mujeres y niños.

Fue un ataque de una violencia política pocas veces vista. En pleno día laboral, aviones de la Armada arrojaron bombas de fragmentación y ametrallaron a la población civil. Los pilotos no eran invasores extranjeros: eran compatriotas. Argentinos que atacaron a otros argentinos.

El hecho, propio de una guerra civil abierta, puede compararse con el bombardeo de Guernica en 1937. Sin embargo, la carga explosiva lanzada sobre Buenos Aires fue incluso mayor que la empleada por los aviones alemanes e italianos en la localidad vasca.
El objetivo era claro: asesinar al presidente Juan Domingo Perón y sembrar el terror. Se arrojaron más de 100 bombas, con un total estimado entre 9 y 14 toneladas de explosivos. Las ráfagas de ametralladoras dejaron marcas imborrables en el mármol del Palacio de Hacienda, sobre la calle Hipólito Yrigoyen.
Uno de los blancos fue el trolebús 305. Quedó completamente incendiado, con casi todos sus pasajeros calcinados. Solo uno sobrevivió: Benito Lemos, un trabajador que estuvo internado durante tres meses.
En el ataque antiperonista contra civiles participaron al menos 75 efectivos de la Armada, 25 de la Fuerza Aérea, y el dirigente radical Miguel Ángel Zavala Ortiz.