MONEDAS DE ORO DE LOS TEMPLARIOS
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Hace 258 años, el rey de España ordenó la detención y destierro de los jesuitas. En la ciudad de Salta, esperaban capturarles  mil kilos de oro y joyas. Las leyendas dicen que el tesoro está oculto en el cerro El Zorrito.

 

“Quia ubi est thesaurus tuus, ibi est et cor tuum” (En donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón) Libro de Mateo, 6:21.

Los jesuitas alojados en el exColegio de Salta -ubicado por entonces en el actual palacio de Mitre 23, frente a la céntrica plaza Nueve de Julio- fueron apresados el 3 de febrero de 1767, por orden del gobernador Juan Manuel Campero. Aquella noche, los guardias españoles llegaron a la portería del convento, entre las once y media y doce de la noche, dispuestos a pillar durmiendo a los frailes.

Los sorprendidos fueron los soldados. Apenas uno de ellos tiró del cordel de la portería (el timbre de entonces) e hizo tañer la campanilla, un cura abrió el postigo como si estuviese esperando el llamado. Y la sorpresa fue mayor aún, cuando el jefe de la patrulla preguntó por el superior de la orden. El fraile guardián le dijo que lo estaba esperando en el refectorio (comedor).

Al ingresar los guardias a la sala, se dieron con que todos los jesuitas estaban sentados en torno de una gran mesa, cada cual, con su bulto de viaje a los pies, esperando serenamente la hora de la partida. Tras la salida de los monjes, desde el 3 de febrero de 1767, los soldados buscaron las riquezas por todos los rincones.

Las autoridades coloniales no encontraron nada. Al año concluyeron que los jesuitas, alertados antes del allanamiento, habían ocultado el tesoro fuera de la ciudad.

El ocultamiento

Los españoles evaluaron como transportar supuestos mil kilos de oro y joyas. El tradicional y eficiente modo era mediante las resistentes mulas. Cada animal podía cargar aproximadamente treinta kilos. Esto demandarían alrededor de 35 mulas.

Sin embargo, no existía registros de viajes de tal cantidad mular. Tampoco de partidas dirigidas por monjes. Normalmente, los animales recorrían entre cuatro y cinco leguas diarias (aproximadamente treinta kilómetros) Un capitán contó como ejemplo que un año atrás, con diez mulas, en terreno montañoso, demoró una semana para recorrer casi veintiocho leguas y media (alrededor de ciento ochenta kilómetros)

Una de las leyendas refiere que, para esa época, un comerciante español residente en la capital llevó hasta el cabildo, maniatado, a un indio viejo maniatado. Dijo que lo había encontrado a media mañana durmiendo en el patio de su residencia, borracho.

El nativo se espantó ante la cierta posibilidad de azotes en su avejentado cuerpo, el hambre tras los barrotes, e incluso enfermar y morir. Astutamente, al tanto de que los invasores buscaban el tesoro, gritó al capitán:

  • ¡Vuesa merced! ¡Yo se adónde llevaron el oro los padrecitos!

Logró la atención del oficial, quien se acercó hasta el preso.

  • ¡Indio bellaco! ¿Qué sabes tu?
  • Excelencia, le contaré, si me suelta y promete libertad…

Atuq Supay

Poco después, el originario se encontraba frente al alcalde. Relató que una noche, un paisano le narró haber llevado cinco mulas cargadas por los jesuitas hasta “El Fraile”, a más de veinticinco leguas andando en el camino al Sur.

Describió que luego marcharon hacia el nornoroeste, por el filo de la quebrada del medio, hacia el cerro Atuq Supay, o Zorro Malo.

Perdonaron al informante. Un mes después, diez militares españoles, un baqueano criollo y cuatro indios arribaron a “El Fraile”. Desde la imponente roca, en la dirección indicada, tenían por delante ocho quebradas, cuatro de ellas anchas y profundas. Caminaron por el filo del medio, rumbo al “Atuq Supay”.

Sólo regresó un soldado y un indio.

 

La maldición

Seis meses después fue una partida mayor. Volvieron dos soldados y dos indios. Caían, se ahogaban, les estallaba el corazón. La tercera partida, al año, fue menor y también fracasó mortalmente.

Luego, nadie quiso ir.

En 1795, se atrevieron dos españoles y tres criollos. Nunca más se supo de ellos. Igual sucedió en 1807, con una expedición integrada por cinco españoles y cuatro criollos.

Hasta 1923 se contaron sesenta y tres muertes. De tal modo creció la leyenda del tesoro. Y la maldición de los jesuitas.

 

El fraile y el cacique

Diez indios y ocho monjes concluyeron de ocultar el tesoro en la inaccesible cueva. Luego, nueve y siete respectivamente descendieron hacia la Misión. A pocos metros de la cima, fray José se sentó sobre la piedra y extrajo de su alforja tres suaves rectángulos de cuero de cabra; tinta negra y purpura, y tres plumas. En uno, dibujó el mapa de la fortuna sagrada. En otro, citas bíblicas en latín. El último cuero enumeraba el ritual espiritual para acceder al escondite.

EL FRAILE

El cacique Awki Atuq Kunturi o Juan Pablo, como había sido bautizado, lo observó serenamente.

Era mediados de agosto de 1767. Al culminar su tarea, el sacerdote bendijo el retazo, realizó los ejercicios espirituales y oró largamente. Luego, le entregó el mapa a Kunturi.

  • Padre, ¿qué debo hacer con esta gracia?
  • Guardarla segura, conservarla. Hasta que llegue quien la merezca.
  • ¿Cómo sabremos quien es la persona elegida?
  • Dirá estas palabras: “Quia ubi est thesaurus tuus, ibi est et cor tuum”

MIL KILOS

En la actualidad, un lingote de oro puro ronda los 95 mil dólares. Este valor puede ser diez veces mayor, de acuerdo a su antigüedad y hechura.

CODICIA

El Zorrito es un cerro cercano a la ruta nacional 68, Cafayate y San Carlos. Su altura es de 3.200 metros. Sin embargo, los montañistas saben que es desafiante. Y, de acuerdo a los dichos, vientos, puna, peligros acechan a los codiciosos.

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