Todas las noches acostándose al costado derecho de mi cama. Todas las mañanas despertándome. Todos los días, mañana y tarde, saltando feliz al sacar la bicicleta y luego corriendo alegre, andando juntos.

 

Todos los días apoyando su cabezota sobre mi pierna derecha, mientras trabajaba en el escritorio. Todos los días, innumerables veces, durante siete años, con su tierna mirada, meneando su cola, expresando inocultable, franca alegría, ternura, bondad e incondicional amor.

Con mucha más contundencia, belleza, humildad, fuerza, dulzura y sencillez que mis más esmeradas palabras o producciones. Tremendas virtudes, nobles, simples e infinitas, tal vez sobrehumanas, las de Polo.

Un labrador retriever de 7 años, macho sano, porte grande, color amarillo, de 40 kilos. Tiene una cicatriz de 6 centímetros en la pata trasera izquierda.

Mi amado Polo.

Sin rastros

A las tres y media de la helada madrugada del viernes 14 de julio de 2023 regresé a casa. Volví tras el tercer recorrido buscándolo. Polo había salido el jueves a la 17, rumbo a la plaza Macacha Güemes, frente al hogar adonde recientemente nos mudamos. Sin mi compañía, tras renovar sus marcas perrunas y desahogar su curiosidad, a lo sumo en media hora volvía.

Ante su inédita ausencia salí a buscarlo. Angustiado, temí lo peor: Polo atropellado por algún vehículo, agonizando o muerto sobre el asfalto. Amplié la búsqueda en un radio de siete cuadras a la redonda. Ningún rastro.

Madrugadas heladas

Mi hija Nayra me reenvío un mensaje recibido en su Facebook, el cual decía que lo habrían visto “corriendo desorientado”, la madrugada del sábado 15 de julio, en la avenida Ex Combatientes de Malvinas, al frente del Parque Sur. Esa zona solíamos recorrer juntos en nuestros extensos paseos. Hasta hace un mes vivíamos a media cuadra del parque ubicado entre los barrios San Carlos y Los Lapachos.

Polo está ausente desde la tarde del jueves 13 de julio. Sé que no está muerto. Tal vez perdido, desorientado tras la mudanza. Tal vez fue robado. Tal vez alojado por alguien, suponiendo que es un bonito perro callejero

 

Sin ley

En la Argentina y en Salta existen leyes y protocolos de actuación ante la desaparición de personas. Intervienen fiscalías, juzgados y fuerzas de seguridad. A mi entender, sin dimensionar el significado afectivo y social, no hay legislación cuando desaparece un compañero llamado – pobremente – “mascota”.

Ejemplo: el sábado 15 de julio me comuniqué con la División Canes de la Policía de Salta. Describí la situación de la desaparición de Polo. Consulté si alguno de los treinta perros en la dependencia puede realizar pericias odorológicas (búsqueda mediante olfato canino) de mi perro. Suministrando su manta, para que los canes procedan a la pesquisa.

Gentilmente me respondieron que ellos actúan a partir de órdenes judiciales (juez o fiscal) Y bajo las normas vigentes. Y no hay leyes ni normativas para que alguno de tales funcionarios dicte un procedimiento a favor de un perro desaparecido. “Comprendo su situación, pero no podemos hacer nada…”, sostuvo amablemente el policía.

Polo es la razón por la cual despertaba sonriendo.

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